martes, 17 de enero de 2012

El último apaga la luz.

Abrí las puertas y ahí estaba, dentro de aquél lugar que tanto deseaba visitar, no había mucha luz pero se podía apreciar su inmensidad, aquello parecía infinito. Estaba formado por pasillos exactamente idénticos y de lo que parecían ser cuadros colgados a la misma distancia cada uno. Busqué desesperadamente un interruptor para encender la luz y poder ver con toda perfección este lugar misterioso y atrayente. No era un interruptor cualquiera, sino una entrada a la vida. De pronto, y casi sin darme cuenta la sala se iluminó, todos y cada uno de los rincones estaban iluminados por una luz clara y pura, parecía transparente y daba una sensación de familiaridad, no sé por qué, pero estaba a gusto, como si ya hubiera estado aquí antes. Sorprendida observé mí alrededor. Si, estaba en lo cierto, cada pasillo estaba decorado por diferentes cuadros perfectamente pintados, y en cada uno se mostraba una escena.



Comencé a pasearme por los cuadros, el primero mostraba a un bebé y a su familia, las pinceladas eran suaves y los colores cálidos. Su madre lo sostenía en brazos mientras le besaba en un lado de la mejilla, y su padre en el otro. En un segundo plano, la habitación del bebé, con una cuna, un armario y un cambiador. Me hizo recordar cuando yo era pequeña, la calidez de los besos de mi madre, y  la suavidez con la que mi padre me cogía de la mano. En el siguiente cuadro, las sonrisas eran las protagonistas. Mostraba a niños sonrientes, con una sonrisa de oreja a oreja, la cual estaba resaltada por la luz, el brillo y los colores vivos. No estoy muy segura de lo que estaban haciendo, pero parecían felices en aquél parque, junto a los columpios y la caja de arena. Como cuando yo era niña, me sentía viva, alegre, como si una luz iluminara mi cara durante todo el día. Todavía no había acabado de observar este cuadro, y miraba de reojo el siguiente, me llamaba bastante la atención, los colores rojos, tal vez los dos personajes en el centro del cuadro abrazados, besándose. Sin duda era el amor, mostrado por ese color rojo pasión y ese gesto de cariño. Parecía que no quisieran soltarse, los brazos rodeaban perfectamente sus cuerpos, casi parecía que fueran uno solo. De repente me acordé de mi primer amor, de esos momentos de locura y desenfreno, de amor y pasión, recuerdo lo que era estar enamorada, y aún lo estoy.

Me asomé por lo que quedaba de pasillo y vi que quedaban tan solo dos cuadros más, se acercaba el final... El siguiente era de nuevo una familia, pero esta vez toda entera, no faltaba nadie. Todos sentados en una mesa cenando, parecía navidad la verdad, los colores eran alegres y había bastante luz en el cuadro, lo que me recordó a esos momentos de felicidad junto a la familia, junto a la persona que amabas, junto a tus hijos. No cambiaría nada del mundo por aquella  escena, era inolvidable, imprescindible, no me extraña que alguien quisiera hacer de ella un cuadro.

Finalmente me acercaba al último cuadro cuando de pronto la luz se fue, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, el frío y la oscuridad habían invadido la sala.  Intenté volver atrás para volver a encenderla cuando de pronto ésta se encendió sola. Asustada di un bote, mi corazón iba a mil por hora y me sudaban las manos, estaba nerviosa, como débil y no sabia muy bien la razón. Me dirigí hacia el último cuadro, tenía un enorme nudo en la garganta, y los nervios a flor de piel. Decidí tranquilizarme y tragar saliva, este cuadro no me apasionaba como los otros, la verdad es que me  daba bastante miedo. Me mostraba a mí, en ese sitio, mirando este mismo cuadro, era extraño, demasiado extraño. Mi rostro era viejo, cansado, sin luz, como apagado, como con miedo. Asustada mire atrás, los cuadros que había dejado en el camino, y vi que se trataban de mi vida, de la vida que había vivido, de mi travesía.



Y sonreí, porque los cuadros tan solo mostraban los momentos buenos, llenos de alegría, sonrisas, amor y cariño. Y pensé que es así como deberíamos de recordar nuestra vida una vez seamos viejos, una vez haya llegado nuestro final de la travesía. Que tan solo sean eso, cuadros vivos, llenos de luz, de calidez, de pinceladas suaves y perfectas. Y sin más con una sonrisa en la cara, y orgullosa decidí salir de aquel lugar, de mi vida. 

El último apaga la luz.

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Aquello no era lógico, era amor.

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