domingo, 27 de octubre de 2013

La vida, un desierto.


Es como aquél que camina por un desierto, sediento, cansado.
Tan solo quiere llegar a algún lugar, no sentirse abandonado.
Sed de realidad, añoranza de amor y dar todo por ilusión.
Él ignora el significado de querer, de sentir, del corazón.
Una persona incapaz de valorar una botella de agua,
porque un día por la espalda le clavaron una estaca.

Golpe tras golpe, caída tras caída,
sus fuerzas se desvanecían.
No quería sentir, ni amar siquiera,
y el rocío de sus ojos, ojalá muriera.

Caminaba y caminaba, y nada le llenaba.
 “Aprende a quererte”, le decía irritada.
El alba es sabia, sabe más de lo que cree,
más de lo que siente, más de lo que ve.

Más que un desierto, un infierno parecía.
No había salida, no existía la alegría.
Ya nada queda, ni la esperanza,
ni el buen camino alcanza.

Él, desesperado se sienta y pone sus manos en la cabeza.
Se decía: “No tengo fuerzas ni de flaqueza”.
Y sin más, aquél que todo pudo conseguir, perdió.
“El caminar no es sencillo “dijo el alba.
Su fuerza sin más murió, y sus ganas ardían.
Tan solo quedo el rocío en sus mejillas.


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Aquello no era lógico, era amor.

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