Recuerdo cuando era pequeña, soñaba con desaparecer constantemente cuando las cosas no iban bien, cuando ya no podía más y tan solo me quedaba mi imaginación para sobrevivir. "Quiero irme, lejos, muy lejos, donde nadie me vea" me decía.
Un lugar alejado de tantas mentiras, de tanta falsedad, de montones de dudas,
de inseguridades, de miedo, de tristeza, un lugar donde solo la magia existe.
Miraba al cielo todas las noches, me gustaba contemplarlo y me entretenía contando todas y cada una de las estrellas, cada una significa todo un mundo de posibilidades. Una pequeña luz en un fondo oscuro, o como yo lo veía, una pequeña esperanza al final de la oscuridad. Me perdía en la inmensidad del cielo y de las estrellas, en ese frío de invierno que me acariciaba y el sonido de las hojas cayendo de los árboles.
Pero había algo que llenaba aún más, algo que esperaba al caer la noche.
Tan brillante, tan resplandeciente, tan pura. Siempre soñaba con alejarme a su lado, desaparecer entre sus brazos, poner los pies en la luna.
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