martes, 6 de marzo de 2012

Una realidad idealizada.

"Quiero evadirme en una realidad idealizada", este ha sido su primer pensamiento al despertar, mientras un rayo de sol atravesaba un pequeño hueco descubierto de la ventana. Pensó en una realidad tal vez distinta, alejada, como paralela. Estaba tumbada, observando una habitación dividida en dos, una parte iluminada por una pequeña salida, la otra parte carecía de importancia la verdad, o eso pensaba cuando la sombra de un pájaro decoraba su pared, cuando el movimiento de sus alas le incitaban a volar.
"Quiero volar, irme lejos"- pensó mientras aquella gaviota blanca como la nieve alzaba sus alas, y rápidamente ponía rumbo a ninguna parte. Ella era una persona soñadora pero con los pies sobre la tierra, amaba el cielo azul y las estrellas, el sonido de las olas y la inmensidad del mar. Odiaba los problemas, ¿y quién no?, le costaba encontrar solución a todos ellos, se le acumulaban como granos de arena en la playa. Esas cuatro paredes le impedían pensar con claridad, y el amanecer se disfrutaba más sentada junto a la orilla del mar. La brisa marina y las olas chocando formaban una melodía, una canción. Parecía que tuviera letra, que tuviera significado detrás de esas notas. Una realidad idealizada, poetizada incluso, dónde los problemas no son más que dientes de león y soplando se desvanecen, dónde las lágrimas no son más que lluvia que se desliza por nuestra cara en un día lluvioso, dónde el dolor no es más que un pequeño cosquilleo en nuestro cuerpo, como el aire acariciándote una noche de invierno. Una realidad dónde lo imperfecto se vuelve perfecto con un chasquido de dedos, dónde lo incoloro se baña de color y la oscuridad se pierde ante tanta luz. Evasión, huida, desaparición, final, tan solo son sinónimos de su deseo pasional.
Miró al horizonte y vio aquella pequeña gaviota volando hacia la inmensidad del mar, poco a poco se alejaba más, huyendo de una realidad superficial, evadiéndose. Todo estaba planeado, era la hora, el anochecer esperaba impaciente su llegada.
El horizonte abría las puertas a esta nueva realidad idealizada, y sin más, sin pensárselo dos veces la niña atravesó la puerta. Sin más, di un paso adelante y yo misma la atravesé.
 
 
 
 

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Aquello no era lógico, era amor.

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