lunes, 16 de abril de 2012

Un alma perdida.

La noche era fría, silenciosa, quizá demasiado. En su rostro se mostraba la pesadez de sus ojos color miel, como se apagaba esa luz como si de un anochecer se tratara. Mirada perdida, mareada incluso, unos afirman que miraba al horizonte, otros en cambio que miraba hacia la nada. Su cuerpo comenzó a desvanecerse, sus brazos alargados perdieron su firmeza habitual, mostraban seguridad en el pasado pero ahora tan solo sugerían a compararlos con pequeñas ramas frágiles. Sus manos parecían victimas del tiempo, de hecho lo eran, de cómo poco a poco las estaciones pasaban, y nos marchitaban a su paso. Su cuerpo comenzó a desvanecerse, sus piernas temblaban a cada paso inestable, a cada pisada uniforme.

 Parecía que no había final en este camino, resulta irónico pues comenzaba a no sentir nada. ¿Había hecho lo deseado?, ¿había sido feliz y sonriente?, ¿había amado? Su corazón cada vez latía más lento, cada latido era un segundo menos de vida, un recuerdo más guardado, o quizá olvidado. Tan solo oía voces a lo lejos, cada vez más y más lejos, hasta que todo se volvió negro, y cauteloso a la vez. Se desvaneció ante un charco de recuerdos y añoranzas. Se descubrió envuelto en la recta final de su vida. Así sin más, vio como acababa su historia irrepetible.
               
A veces, tan solo queda la noche.



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Aquello no era lógico, era amor.

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