Lo recuerdo perfectamente, era el
momento que más me gusta del día, el anochecer. Estaba en la playa andando por
la orilla del mar, disfrutando del aire fresco, y del sonido de las olas
chocando con las rocas. Pensé que estaría sola puesto que empezaba a refrescar.
Cuando de pronto vi a un chico unos metros más adelante.
Sentado junto a un castillo de arena
se hallaba tranquilo y sereno. Mirada al horizonte, quizá esté soñando. Parecía
que nada a su alrededor le importaba, tan solo estaba ahí, sentado con los ojos
cerrados guardando su castillo de arena. Me acerqué, me senté a su lado cogiéndole de
la mano y cerré los ojos.
Un caballero valeroso, de grandes
ojos verdes, de cabello castaño a lomos de su gran caballo negro. Un único
sueño, proteger su castillo y salvar a su amada que jamás había llegado a ver, y
que quizá ni siquiera existiría. Él nunca se rendía, lo deseaba con toda su alma,
y lo iba a conseguir.
Abrí los ojos, seguíamos sentados, pero todo era distinto. Habíamos
cambiado, sus rasgos mostraban el paso del tiempo, ya no era un niño, y yo ya
no era una adolescente.
Tan solo quedaban ruinas de aquél
castillo, ruinas de aquél sueño. El joven se levantó y me dijo: “Algún día
cumpliré mis sueños”, y caminando por la orilla se marchó. No desistas, y persigue tus sueños, solo así
podrás conseguirlos.