lunes, 3 de octubre de 2011

Apuesta.

Todo era perfecto, un amor como ninguno, los dos nos queríamos, nada nos faltaba, creedme cuando digo que aquello era especial. 
Triste fue el día que me dijo que se tenía que mudar por el trabajo de su padre. Todavía me acuerdo del primer día que la vi, sentada en el banco que presencio nuestro primer beso, junto a ese árbol dónde todavía están nuestros nombres escritos. Si, pensareis que es estúpido, pero siempre que pasaba por ahí, sonreía como un loco. Un loco enamorado. 
Ella me miró, y corrió a abrazarme, nuestro primer abrazo, largo e intenso, como a mi me gustan, seguido del mejor beso de mi vida.
Antes de despedirnos, le regalé un collar en forma de estrella y detrás
había una inscripción: "Tú siempre serás mi estrella”.
Un año después, sentados en ese mismo banco, me dio la mala noticia.
A su padre le habían asignado un empleo en otra ciudad, y se tenían que mudar. En ese momento, mi corazón se paró.

Aposté con ella que nunca la olvidaría, que aunque cambiara de ciudad, aunque nos separen los kilómetros, yo siempre estaría a su lado. Para nosotros era más que una simple apuesta, más que un simple:
¿Qué te apuestas a que...?  Era mucho más que cruzar la meta en primera posición,y marcar gol o canasta. Más que un trofeo que consigues y colocas en la estantería, más que un logro….  Esto era mucho más.

Recuerdo que si yo ganaba y ella me había olvidado, el collar que le dí volvería a mi. En cambio, si ella ganaba, y yo la había olvidado, por muy imposible que pareciera, iría a su ciudad y me quedaría a su lado, para jamás sentir que la estaba olvidando.
Para jamás olvidarla.

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Aquello no era lógico, era amor.

Aquello no era lógico, era amor.