domingo, 2 de octubre de 2011

La luna y el mar.

Allí estaba ella, tan brillante como siempre, espectadora de dos cuerpos fundidos en uno solo. Solamente la luna era capaz de admirar este amor. 
Únicas las dos almas que aquella noche se dejaron llevar por la brisa marina y el sonido de las olas. Nadie más podía entenderlo, nadie más lo apoyaba, nadie más lograba aceptarlo. 
Él, perdido en el silencio de sus curvas. Ella, guía del camino de sus manos.

Sus labios se rozaban, tan solo una milésima de segundo, sus manos cogidas con fuerza  como si nunca se quisieran separar.



Esa noche se prometieron al mar.

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Aquello no era lógico, era amor.

Aquello no era lógico, era amor.