domingo, 8 de junio de 2014

Si quieres, puedes.

Es tan cómodo estar mal, sentir que estás rota por dentro y que ni un milagro podrá solucionarlo. Tener como lema en la vida: "no sé". No sé si lo conseguiré, no sé si saldré de está, tampoco sé si valdrá la pena, ni tan siquiera sé si algún día esto acabara. No tienes nada claro y piensas sobre ello. Reflexionar está bien, te hace ver las cosas más claras, pero no hay que ir más allá. Si continuas dándole al botón de rebobinar tan sólo volverás a lo mismo una y otra vez y quizá está vez olvides lo que sacaste en claro y se revuelva todo. No puedes, te supera, se te va la vida en ello. Los días se te hacen eternos, tienes una enorme carga en la espalda y vas cuesta arriba. Pasan los segundos, los minutos, las horas y te cuesta más sujetar el peso, pero no avanzas. Estás parado en una pendiente y todo lo que cae de ella acaba en tu espalda formando un montón de problemas. Entonces piensas que el tiempo lo curará. Que hay que darle tiempo al tiempo y que poco a poco esas cargas bajarán por tu espalda dejando tan sólo unas cicatrices y unos recuerdos.

“No es mi culpa, ha pasado así y ya”. El ser humano se deshace de toda la culpa dejándosela al azar, al destino y al tiempo. La comodidad llega a ser absurda,  ya no tenemos el valor suficiente de responsabilizarnos de nuestros actos. ¿Para qué voy a mover un dedo si amanece de todas formas? Es mucho mejor sentarme junto a la ventana y ver los días pasar, llegará un momento en el que volveré a estar bien.
Que ingenuos somos al pensar de esta forma.  Cuando realmente si no nos levantamos y hacemos frente a nuestros problemas, jamás conseguiremos estar bien. No existe una receta única para alcanzar la felicidad, pero de algo estoy segura, no consiste en esperar que algo llegue y que caiga del cielo, debemos ir a por ello, dejarnos la piel en conseguirlo y disfrutarlo una vez lo consigamos. Hay que valorar lo que uno tiene en frente y dejarse de tonterías y excusas. Valorar, proteger y jamás perder.

Con esto no te obligo a que salgas de tu estado de “comodidad” ni mucho menos. Sólo es una puerta abierta y tú decides si entrar o cerrarla. Quizá lo agradezcas una vez la cruces, tal vez veas todo mucho más nítido y te rías de lo ocurrido. Y quien sabe si tras esa puerta consigues subir la pendiente y dejar atrás toda esa carga que te impedía sonreír. Levanta, ¿qué tal si pruebas a estar bien?




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Aquello no era lógico, era amor.

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