Un gran lienzo azul pintado por una brocha llamada esperanza. Unas pinceladas
de color blanco forman millones de algodones casuales. Por último, unos trazos marrón perfectamente situadas y de diferente tamaño
. Este es mi escenario. Algo monótono a veces, otras quizá demasiado caótico. Mis días se forman a través de este plató, y no más.
Pero es curioso como a
veces nuestra cabeza es capaz de hallarse más allá de éste, más allá de estás
pinceladas. Más allá de la realidad.
Un día observando el lienzo pensé en su fragilidad y como todo
nuestro decorado puede pender de un hilo, y porque no, de una persona. Todo
nuestro equilibrio vencido por un mínimo detalle, un olor, una mirada, una
sonrisa…
Entonces esas suaves pinceladas se convirtieron en trazos bruscos
e impulsivos. Todo se volvió nubloso.
Un fino pincel dibujó unos pájaros revoloteando, y el lienzo
cobró vida, se movía. ¿Qué querrá decirme? En la pintura había una chica, apenas se podía percibir con
claridad, pero ahí estaba, quieta. Tenía un pincel en la mano, pero apenas se movía.
Entonces cerré los ojos y reí. Era yo, incapaz de pintar,
incapaz de moverme desde aquél día en que decidiste marcharte. Tú, mi mayor
inspiración.
¿Qué hacer si tú mueves mi mundo?
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